Cuando una serie da lecciones (involuntarias) de gestión internacional
No podemos negar el impacto que tienen los productos audiovisuales que consumimos en nuestra manera de ver el mundo, especialmente ahora que las casas productoras y las diferentes plataformas de streaming buscan crear contenidos con los que más personas se identifiquen, o bien, con quienes quisieran identificarse. Tal es el caso de la serie de Netflix Emily in Paris, cuya primera temporada se volvió adictiva para quienes, recluidos en casa y víctimas de un constante estrés por los estragos que hasta entonces había presentado la pandemia de COVID-19, podían desconectarse de la realidad con episodios cortos llenos de moda, postales impresionantes y situaciones ligeras en donde —sabíamos— al final todo saldría bien.
Y fue justo esta desconexión de la realidad que mostró la serie lo que molestó a muchos críticos, especialmente franceses, quienes acertadamente señalaron la cantidad de clichés negativos que se retratan sobre París y su población: sucios, flojos, infieles, antipáticos… Y bien, como de todo se puede aprender, incluido y a veces sobre todo de la cultura pop, creemos necesario analizar las principales lecciones que nos dejó tanto el personaje como la serie de Emily in Paris.
Lo más evidente es la soberbia y cierto pensamiento colonizador que presenta el personaje de Emily, pues además de la caricaturización negativa que se hace de los personajes y la vida parisina, desdeña una y otra vez la cosmovisión francesa y sus herencias culturales. Emily se busca presentar como un personaje carismático y fresco que logra resolver los problemas (que ella misma crea, muchas de las veces) con su jovial encanto y peculiar ingenio, sin embargo, también se llega a leer como una persona reacia a la autocrítica y soberbia al momento de aprender de otros.
El mayor ejemplo de lo anterior se da en la relación con su jefa, Sylvie, quien es también un personaje estereotipado, pero refleja la opinión general de la crítica francesa hacia la serie: la colonización intelectual que pretende hacer una joven norteamericana que no se ha tomado la molestia de aprender el idioma ni la idiosincrasia del país al que va, y que además es pretenciosa respecto a temas en los que ella se sabe superior (arte, publicidad, moda), le causa escozor.
Hacer colaboraciones a nivel global requiere no sólo de talento y trabajo arduo, sino también de mucha empatía y un interés real por conocer a nuestros colaboradores y clientes de otras latitudes, así como las aportaciones que cada quien puede efectuar.
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