Hablemos sobre empoderamiento
En los últimos años los estudios de género, sociales, antropológicos, de educación, entre otros, además de la cultura empresarial, la política y la publicidad han encontrado una palabra en común: empoderamiento. Que una misma palabra converja en campos tan diversos como los anteriormente mencionados (y muchos otros más) es digno de un interés particular; además, que esa palabra siempre remita y muestre interés por las personas debe resultar en un foco de atención para quienes se estén especializando en estudios de desarrollo del potencial humano.
La Real Academia de la Lengua Española define la palabra “empoderar” como “hacer poderoso o fuerte a un individuo o grupo social desfavorecido” o bien como “dar a alguien autoridad, influencia o conocimiento para hacer algo”. También reconoce que es una expresión proveniente de la palabra en desuso “apoderar”, cuyas definiciones van desde dar la posesión de algo a alguien o el poder de la representación (poner bajo su poder algo), hasta “hacerse poderoso o fuerte; prevenirse de poder o de fuerzas”.
Por su parte, el Diccionario Panhispánico de Dudas, si bien también hace referencia a la variante en desuso de “apoderar”, reconoce la influencia del inglés to empower, y lo define a partir de una postura sociopolítica como “conceder poder a un colectivo desfavorecido socioeconómicamente para que, mediante su autogestión, mejore sus condiciones de vida”.
Para muchas personas, el empoderamiento, al igual que otros términos rescatados y resignificados en la posmodernidad como el de “deconstrucción”, es una moda pasajera resultado de diversas coyunturas. Sin embargo, vale la pena mencionar a teóricos como Paulo Freire en 1970, quien proponía una pedagogía liberadora donde el alumno fuera autónomo; Foucalt, alrededor de la década de los 60, realizó sus postulados sobre los dispositivos de poder y cómo se utilizan para el control; Julian Rappaport, en 1984, considera las capacidades que debe adquirir cada persona en su cotidianidad para empoderarse y cómo deben estar sujetas a su decisión; Zimmerman a finales de los noventa y principios de siglo toma elementos como las propias competencias de cada persona, los esfuerzos para ejercer control y la comprensión del contexto sociopolítico como elementales en el proceso de empoderamiento; o autoras como Rowlands (1997) que busca la incorporación de los sujetos excluidos a procesos de toma de decisiones.
Actualmente y si queremos ser más generales, tendríamos que hablar del empoderamiento como una estrategia para llegar a la igualdad sustantiva, para lo cual se deben centrar las acciones en proveer necesidades básicas, oportunidades, herramientas (de formación, información, jurídicas, políticas) y poder de decisión a los grupos que no ostentan el poder para que puedan ser verdaderamente autónomos y libres.
Ahora bien, cómo lograrlo sin llegar al paternalismo, sin ejercer a la vez dispositivos de control y poder y sobre todo evitando la simulación, es labor que los especialistas en desarrollo humano, en conjunto con otras disciplinas, deberán problematizar y ejecutar.