¿Dignificar el espacio público o mera cosmética?

La intervención de espacios públicos no es nada nuevo. Si bien hay proyectos específicos que han cobrado una relevancia particular o un alcance mediático mayor, tanto la ciudadanía organizada como los individuos o el funcionariado público inciden en la estética de sus localidades. Intervenir los espacios es interactuar con el entorno, es habitarlo y hacerlo propio; por eso también puede significar invadirlo.

La gráfica plasmada en los espacios que se habitan es una acción incluso primitiva y necesaria. Tenemos vestigios que nos lo muestran y tenemos hasta la fecha infantes pintando una y otra vez las paredes de sus casas. El grafiti es un claro ejemplo de la intervención en el espacio público como muestra de identidad y pertenencia, aunque no es una expresión que suela ser bien vista.

Mientras tanto, lo que sí es socialmente aceptado es realizar proyectos de intervención en comunidades, sobre todo las empobrecidas, para mejorar su imagen. La intención es buena, pues la mayoría de estos proyectos parecen seguir una lógica acorde a la teoría de las ventanas rotas, que proponen Wilson y Kelling y que sustenta que el descuido de un área envía un mensaje de que se puede seguir dañando, pues no es importante. Sin embargo, vale la pena problematizar hasta dónde se logra generar una estética que propicie el cuidado del espacio público y cuándo nos estamos quedando en una invasión paternalista que se queda en la cosmética.

Las favelas en Río de Janeiro son el ejemplo más conocido de cómo se cubre a brochazos la falta de una estrategia por mejorar las condiciones de infraestructura, servicios y seguridad. Pero no es el único, en México se han establecido en varias partes de la República proyectos que consisten en pintar murales en barrios en condiciones de pobreza y violencia.

Determinar dónde está la línea entre la intención de mejorar espacios públicos y la mezquindad de colorear la pobreza (para que sea menos triste), se encuentra en la generación de comunidad que se debe generar: contemplar a quienes habitan el espacio, involucrarles en un objetivo común, facilitar el diálogo, el contacto y por ende la generación de redes colaborativas.

Pintar es una obra de relumbrón, relativamente barata y que jala mucha atención, aunque la pintura en sí misma no arregla problemas estructurales. Ahora bien, si se hace como parte de una estrategia completa, sin olvidar las obligaciones del Estado y orientada a cambiar favorablemente las condiciones de vida de la población, entonces sí tomemos las brochas.

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