¿Qué podemos aprender de las “zonas azules”?

Si de algo se han encargado la medicina y otras áreas en los últimos años es de ampliar la expectativa de vida de las personas, sin embargo, el debate actual se centra en que esta ampliación no necesariamente va ligada con una calidad de vida. Con todo, a principios de siglo, el demógrafo Michel Poulain y el gerontólogo Gianni Pes encontraron que, en la isla de Cerdeña, en Italia, vivía una gran cantidad de personas que llegaban a los 100 años de vida. Ese fue el inicio del descubrimiento de las llamadas «zonas azules».

Posteriormente, el periodista y explorador Dan Buettner, con apoyo de National Geographic y la Sociedad de Gerontología de Norteamérica, se abocó a buscar otras zonas en el mundo donde este fenómeno se suscitara. Se encontraron otras cuatro zonas azules: Okinawa, en Japón, la península de Nicoya, en Costa Rica, Icaria, en Grecia, y Loma Linda, en California, Estados Unidos. El siguiente paso era, pues, analizar cuál era el secreto no sólo para vivir más, sino también para vivir con mayor plenitud durante más años. De estas investigaciones se derivó un artículo para National Geographic en 2005, en una de las ediciones más vendidas que ha tenido la editorial, así como el libro El secreto de las zonas azules, en el cual indaga en el estilo y condiciones de vida de los habitantes de estas zonas.

Si bien cada una de estas zonas tiene sus particularidades, se encontró que comparten rasgos en común: moverse/hacer ejercicio con regularidad; una alimentación saludable que prioriza los vegetales y deja para ocasiones muy extraordinarias el consumo de comida chatarra, azúcar, gaseosas, etc.; contar con un plan de vida aun en edades avanzadas, que les motive a levantarse y trabajar en él cada día; mantener una vida social sana, es decir, tener amistades, ser respetados por los miembros de su comunidad, mantener contacto con sus familias y tener espacios tanto de esparcimiento como de atención y cuidados; contacto con la espiritualidad, de la forma que sea; y técnicas para reducir el estrés.

Lo que sorprende de esta lista es que no se descubre el hilo negro. Supuestamente todos estos elementos son bien conocidos por cualquiera, en cualquier parte del mundo. Lo que sorprende entonces es que únicamente en estos lugares se encuentren estos resultados. Más allá de pretender que podemos adoptar individualmente esta serie de hábitos, debemos pensar en las condiciones que se generan de manera más amplia para que estos hábitos existan. Desde la planeación estratégica de ciudades, por ejemplo, que es uno de los posgrados que ofrece la Universidad Iberoamericana Tijuana, se puede hacer mucho por fomentar estas prácticas.

Como ideas a bote pronto, pensemos en la posibilidad de contemplar espacios destinados a huertos colectivos para grupos vecinales; en la creación de espacios públicos para el esparcimiento de los diferentes grupos etarios; la mejora del transporte colectivo de tal modo que reduzcamos los tiempos que la ciudadanía pasa en él y con ello haya más oportunidad de convivir con familiares y amistades, además de reducir el estrés causado por esto. Pensemos también en los contextos de inseguridad que enfrentamos y que definitivamente son un factor a considerar si queremos ampliar la expectativa de vida, ante lo cual diseñar ciudades más seguras, con un alumbrado público funcional y duradero también hace su parte. Todo lo anterior, sólo por mencionar ciertos elementos.

Desde una planeación estratégica que contemple las necesidades de cada grupo, que priorice las necesidades de las personas frente a lo meramente estético, se puede abonar a un estilo de vida que no sólo nos permita vivir más, sino que nos permita vivir mejor.

Photo by Matthew Bennett on Unsplash

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