La deuda pendiente con los pueblos originarios

Las diferentes celebraciones que se realizan a lo largo del país a modo de reconocimiento de los pueblos originarios despiertan (o deberían despertar) una serie de reflexiones en torno a cuántas de estas acciones derivan en acciones afirmativas para gestionar las carencias de las personas indígenas y eventualmente generar desde la política pública mejores condiciones de vida y cuántas son un ejercicio de simulación o, peor aún, un modo de apropiarse políticamente y a conveniencia de las costumbres y el folclor de las mismas personas a las que hemos despojado históricamente de los espacios y condiciones para vivir de acuerdo a sus tradiciones.

No podemos cegarnos más: los pueblos originarios en el país han sido sujetos colectivos y políticos históricamente subordinados por los grupos dominantes, a partir de las relaciones coloniales. La falta de espacios y el desinterés para garantizar que sus lenguas sigan vivas, el despojo de sus territorios, la presión u obligatoriedad (en algunos casos) institucional para que cambien su modo de vida y se ajusten al «progreso» que el gobierno en turno visualiza; la falta de reconocimiento a la autonomía y organización de las comunidades. Todo esto es sólo un poco de la gran deuda histórica que los mexicanos tenemos con la población indígena de nuestro país.

En las comunidades indígenas se encuentran condiciones de pobreza crónica, discriminación, exposición a la violencia y carencia de servicios públicos. Mientras tanto, su capital cultural y la belleza del territorio que por derecho les pertenece se utiliza y manipula para venderse al turismo. Sobra decir que quien capitaliza estas acciones son actores dominantes y no las poblaciones indígenas.

Desde la política pública debemos reconocer que hay cuentas por hacer respecto a reparación del daño en muchos sentidos, y que sobre todo debemos escuchar con mente abierta a las poblaciones indígenas, sin quitarles agencia y utilizando los mecanismos de diálogo, participación y toma de decisiones que les resulten más familiares y adecuadas a su contexto. Muchos de los atropellos que se han generado a lo largo de los años se derivan de la preparación de condiciones estructurales que reafirmen el dominio de unos sobre la subordinación de otros.

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Foto de Bernardo Ramonfaur en Unsplash

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