Un día sin funcionarios

La caída en picada que sufre la imagen pública de una avasalladora mayoría de quienes llegan a ostentar cargos públicos de alta exposición mediática no sólo es reflejo de una evaluación individual al funcionario, sino que a veces indica una decepción cada vez más grande hacia la clase política en general.

Entre la falta de interés por involucrarse en política por parte de gran cantidad de ciudadanos, el tabú que impide generar una cultura de sano debate y compartir ideas, las motivaciones oscuras de quienes ingresan al servicio público, la a veces insostenible burocracia y quienes —con el hartazgo a cuestas— deciden buscar formas alternativas de organización social, política y económica se ve claramente la decadencia de la credibilidad
de las instituciones.

Y es que es cierto que, en todos los niveles, las instituciones gubernamentales se han visto rebasadas por los problemas que deben enfrentar y no dan el ancho, sobre todo comparadas con ciertos grupos sociales que se organizan desde sus plataformas políticas (desde una organización vecinal hasta una asociación civil). Con lo altamente reprobable que es el acto, el gesto de Sara Valle, presidenta municipal de Guaymas, Sonora, en
noviembre de 2020 de regalar palas a madres de desaparecidos se puede leer también como el reconocimiento de que el Estado no puede ofrecer los resultados esperados.

En este tipo de situaciones convergen distintos elementos. Hay quienes descreen de las instituciones debido al abandono que sienten por parte de las mismas; otros deciden operar «fuera del sistema» al considerarlo podrido e imposible de cambiar, ya sea desde adentro o desde las resistencias; otros más, en franco aprovechamiento de estas coyunturas, denostan al Estado en búsqueda de eliminar las restricciones que éste les tiene, intentando controlar el aumento en la desigualdad, el crecimiento desordenado, etc.

Así pues, nos encontramos con que, paradójicamente, el empresariado más voraz y las juventudes punk tienen un punto de convergencia: la idea de que el Estado debe desaparecer. Si bien pensar en una sociedad que se autorregula y funciona desde enfoques de comunidad y horizontalidad no es imposible, y varias comunidades indígenas son prueba de ello, comprender desde dónde viene este interés por desmantelar al Estado
y a las instituciones regulatorias, sobre todo de grupos específicos, quizás nos lleve a evitar la idealización y buscar el perfeccionamiento de las instituciones, las estrategias de política pública y el funcionariado en general.

El Estado tiene su tarea en recuperar la credibilidad ante la ciudadanía, pero no es una tarea fácil. Es por ello que se requieren especialistas e investigadores que, a partir de esta profesionalización, ofrezcan propuestas más profundas y completas ante las problemáticas que enfrentamos como sociedad. El perfil del egresado de la Maestría en Gestión y Políticas Públicas de la Universidad Iberoamericana Tijuana es un gran ejemplo de ello.

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